Apuntes sobre pinturas recientes de Ricardo Bitrán
Archivo y memoria
¿Qué busca el pintor en una caja de viejas fotografías familiares? ¿Un pretexto para pintar? ¿La huella genealógica que conduce a un inevitable autorretrato? ¿O es la llave que abre otras cajas imaginarias? Las respuestas son múltiples pero todas hablan de un tránsito del archivo a la memoria, dos conceptos que a veces el habla común confunde pero que en realidad nos remiten a experiencias opuestas: el archivo es inerte y sólo recobra vida a la luz de la dúctil memoria. Ésta selecciona, altera, superpone y funde a su antojo, como en los sueños. Cuando miro las fotografías estampadas en estos lienzos me digo que han sido nuevamente reveladas.
Ser y no estar, no ser y estar
Puede decirse que en toda la iconografía de la inmigración (y en esta muestra es muy gravitante el tema de la trashumancia) hay una expresión arquetípica. El efecto de extrañeza –lo extraño y lo que se extraña– en la expresión del que es fotografiado, que el grano de la imagen captura implacablemente. La mirada del inmigrante es cerrada, insondable y a la vez transparente en su vulnerabilidad. Son rostros que están, pero que no pertenecen al lugar, están pero no son, son pero no están.
Un arte de la temporalidad
No puedo dejar de sentir frente a estos cuadros un efecto de temporalidad que va más allá de la pintura y que los emparenta con la escritura y la música. Y no me refiero a la evocación que hacen de otra época, cosa bastante evidente, sino a una auténtica narrativa pictórica que se vale del pincel para hilar un relato de múltiples registros que no esquiva sino que mezcla, en dosis controladas, lo amoroso y lo corrosivo, lo nostálgico y lo caricaturesco. No describe, escribe.
El nombre, las palabras
La sugerente convocatoria de esta muestra (Bucarest, nací en Talca) no es una omisión de palabras (aunque en el trasvase de idiomas y conversaciones se pierden palabras, así como en los viajes sucesivos se pierden los objetos y las costumbres). Remite más bien a la economía del que necesita hacerse entender con pocos signos (como los telegramas de antaño) y que recurre a una sintaxis compacta que, sin embargo contiene, de manera latente, otras palabras. O también se escucha como el deseo de acercar dos nombres, salvar la distancia insalvable que separa esos dos lugares.
Marcas/juegos de identidad
Si aceptamos que la identidad no se refiere sólo a un origen (nuevamente el ser) sino a un devenir, en definitiva a un estar, es posible volver a mirar hacia atrás sin dejarse atrapar por un origen fosilizante. Ricardo Bitrán vuelve a la huella para reanudar lazos ancestrales, honrando a sus muertos y celebrando a sus vivos, pero también lo hace con una mirada lúdica, que se abre al dictado de sus fantasmas y a un devenir inédito. A través de un trabajo de escritura pincelada, nos recuerda el carácter móvil y maleable de la identidad.
El mirón mirado / el retratista retratado
Un personaje aparece en una serie de cuadros, incluso le da nombre a varias de las pinturas. Se trata del voyeur, un mirón que observa, con los brazos cruzados, diferentes escenas que ocurren en un primer plano. Por el hecho de estar situado detrás, justo en un costado, logra quedar –o más bien queda inevitablemente– atrapado en el encuadre. Es problemático el lugar del voyeur porque éste, por definición, quiere mirar sin ser mirado, ver sin ser visto. En Damas y voyeur que retrata a un grupo de mujeres posando en una playa, aparece nuevamente el intruso en un segundo plano. La densidad cromática que le da Bitrán produce un aparente error de perspectiva ya que, debido a la distancia en que está situado, su silueta debería ser más difusa. Esto viene a sugerir algo muy simple, pero que no deja de sorprender: el voyeur no está. Y me atrevo a ir más lejos: no es. Mientras el no ser del inmigrante del que hablábamos más arriba es en realidad un no ser de aquí, el mirón no es a secas porque rehúye la posibilidad de ser mirado y, por ende, de participar del juego humano.
En esta primera y muy esperada presentación exhaustiva de la obra de Ricardo Bitrán, que muestra un oficio madurado en el silencio fértil del taller, si hubiera algo que celebrar aparte de la evidente maestría de su autor, es que se haya al fin abierto a la posibilidad de dejar ver, que es sobre todo un dejarse ver.
1 de agosto de 2011
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